Rafael Pedro Martínez Martínez
- Rafael Pedro Martínez Martínez
- 1 oct 2023
- 7 Min. de lectura
El municipio de Aránzazu, en el departamento de Caldas, es el escenario inicial de mi historia. Mi niñez se tejió entre bellos paisajes y la humildad de sus habitantes, compartiendo relatos de festividades familiares y navidades en este rincón agrícola que vivió un pasado turbulento, marcado por la opresión, violencia y complejas tramas políticas y religiosas. A través de mi familia, se relatan las luchas y la resiliencia de aquel tiempo, forjando un legado de valentía que persiste de generación en generación, en la búsqueda de preservar la unidad familiar.
Este relato contrasta con la llegada de los españoles, desplazando etnias nativas e imponiendo su poder. Entre las sombras de la esclavitud, los esclavos resistieron y crearon el Bullerengue, un baile cantado que sobrevivió y se transformó con el tiempo. Mi familia encontró refugio en Medellín y yo decidí radicarme en el corregimiento el Totumo del municipio de Necoclí, enfrentando las rupturas y oportunidades en este nuevo mundo. Al explorar la práctica del Bullerengue, me encuentro en una encrucijada emocional, admirando la dualidad entre sus orígenes y las influencias contemporáneas; me pregunto si las transformaciones tecnológicas aumentarán o postergaran la importancia del Bullerengue, explorando cómo tradición e innovación pueden coexistir en armonía, manteniendo viva una práctica que desafía el paso del tiempo.
En el tejido del tiempo, las fibras del pasado se desvanecen lentamente, como la bruma matutina que se disipa con el calor del sol. Buscan iluminar en nuestras mentes aquellos momentos impregnados de magia, momentos que solían convocarnos en torno a reuniones familiares festivas, como la Navidad, o en los festines cargados de tradición que compartimos con los seres queridos. Estos momentos, adornados con expectativas y emociones diversas, están tejidos con los hilos de los relatos y las historias de nuestros ancestros, hilos que nos conectan con un pasado vibrante y lleno de sabiduría.
A través de las palabras de aquellos que nos precedieron, logramos vislumbrar paisajes y escenarios que quizás nunca experimentamos directamente, pero que cobran vida en nuestra mente como murales pintados con la tinta de la memoria ancestral. En estas narraciones, se revela el tapiz de la historia que se desenvuelve con las hazañas y los desafíos de nuestros antepasados. Sus voces transmiten el eco de su lucha en medio de adversidades moldeadas por condiciones políticas, éticas y religiosas. La visualización de tránsitos y desplazamientos de personas, impulsados por la violencia y otras fuerzas, nos lleva a considerar nuestro propio viaje por este mundo.
Caminar por diversos rincones del departamento de Antioquia, ha sido un peregrinaje de aprendizajes y encuentros culturales. En este itinerario vital, se ha forjado un sendero que converge en la riqueza de la condición afrocolombiana y la práctica ancestral del Bullerengue. Estas vivencias me inspiran a reflexionar sobre la desmemoria, ese fenómeno sutil pero omnipresente que afecta a gran porcentaje de individuos y el territorio en general.
La intersección entre economía y evolución imprime huellas profundas en la textura del tiempo. Las transformaciones que estas fuerzas conllevan pueden ser tanto aliadas como adversarias de las prácticas arraigadas en la historia. Al explorar la condición afrocolombiana y el Bullerengue, emergen cuestionamientos sobre cómo preservar y revitalizar tradiciones de un mundo en constante alteración. ¿Acaso estos cambios inevitables podrían ser catalizadores para el resurgimiento y fortalecimiento de algunas expresiones culturales? ¿O, por el contrario, llevarán consigo el riesgo de relegar estas joyas culturales al olvido?
Así, este escrito se establece como una ventana a la reflexión, una oportunidad para contemplar la dualidad entre la luz del pasado y la sombra del olvido. En este análisis introspectivo, miraremos cómo los retazos de la historia, tejidos con añoranza y desmemoria, dan forma no solo a nuestro entendimiento del pasado, sino también a la configuración del presente y las posibilidades del futuro.
TRADICIÓN EN MOVIMIENTO
Mi historia comienza en el encantador municipio de Aránzazu, del departamento de Caldas. Mi niñez gozo de sus bellos paisajes y sus personas humildes, crecí para formar parte de los relatos compartidos por mis padres entre sus recuerdos que compartían en las festividades familiares y las navidades que marcaban este rincón agrícola. Aránzazu, el pueblo que me vio nacer, también fue testigo de un pasado tumultuoso, una época en la que la opresión y la violencia se entrelazaron con las complejas telarañas políticas y religiosas. Evocar mi niñez es remontarme a un escenario donde solo dos líneas electorales, los "conservadores" y los "liberales", dominaban la escena política, mientras que, en el ámbito religioso, la fe católica era la única presencia reconocida, considerándose "evangélica" cualquier postura opuesta. Eran tiempos en los que la oposición política podía convertir a amigos y vecinos en enemigos acérrimos, terminando incluso a desembocar en violencia fatal. Mi madre compartía historias que se grababan en mi mente como tenebrosas pesadillas, donde la "chusma", como se refería a los grupos armados al margen de la ley, cometía atrocidades inimaginables. Estos relatos me mostraban un panorama donde el miedo y la crueldad desafiaban toda comprensión humana.
A través de las neblinas de ese tiempo, Apolinar Martínez y Elvia Zuluaga, forjaron un vínculo indestructible en medio de este escenario turbulento. La urgencia de crecer y florecer juntos los impulsó a formar un grupo familiar en rápido crecimiento del cuál soy el último de sus retoños. Para garantizar su bienestar, seguían las líneas marcadas por sus ancestros que les permitía crecer bajo las costumbres políticas y religiosas impuestas por ellos, una elección que aseguraba cierta seguridad y protección en un entorno incierto. Aunque ellos no perpetraron los actos violentos que empañaron esa época, fueron testigos de la sombra que arrojaba sobre las comunidades y sufrieron las consecuencias de una divergencia implacable. Y pese a estas condiciones, lograron tejer una historia que se ha mantenido de generación a generación como muestra de valor y pujanza hasta alcanzar las remembranzas dignas de admirar.
Hoy, cuando reflexiono sobre mi pasado y el legado que se ha forjado a lo largo de los años, veo cómo cada fragmento de mi historia personal se entrelaza con los hilos de una comunidad marcada por la adversidad y la búsqueda de un lugar en este mundo cambiante. Buscando trascender sombras de un pasado doloroso el cual ha dejado un legado de resiliencia en el cual buscaban preservar la unidad familiar.
Contrastando con la historia anterior, es crucial retroceder en el tiempo hacia la llegada de los españoles a nuestras tierras, un episodio que trajo consigo desplazamientos de etnias nativas y la imposición de un poder dominante que modeló las culturas locales. Los conquistadores no solo alteraron la composición demográfica, sino que también influyeron en la mezcla de razas y dejaron huellas culturales, incluso en medio de los horrores de la esclavitud, que revelan actos inhumanos perpetrados por ellos.
Dentro de este contexto, destaca la resistencia y tenacidad de los esclavos, quienes, en medio de su lucha por la supervivencia, unieron sus voces y crearon expresiones culturales como el Bullerengue, un baile cantado enarbolado por el ritmo de los tambores y palmadas con las manos. Transmitiendo esta práctica de generación en generación, con el Bullerengue, embellecieron sus eventos y festividades como si fuera un ritual de supervivencia, estableciendo un vínculo entre la música, la danza y la persistencia en medio de la adversidad y las injusticias ocasionadas por los conquistadores.
A medida que el tiempo avanzó, mi familia encontró un nuevo hogar en Medellín, en el departamento de Antioquia. Fue en esta ciudad donde mi educación y desarrollo como individuo social me sumergieron en el mundo cultural y en la comprensión de las condiciones de vida que enfrentaron nuestros ancestros. Durante este período, pude presenciar las divisiones tanto políticas como religiosas, así como las oportunidades que el nuevo mundo ofrecía a la sociedad. A pesar de las rupturas experimentadas, también enfrenté momentos de tensión debido a las dificultades inherentes a cualquier transformación y a la preservación de tradiciones y costumbres, desafío que quienes nos educaron y protegieron debían equilibrar. Estas experiencias ciertamente me moldearon en un ente resistente a las normas pasadas y anhelante por explorar las nuevas alternativas que el mundo presentaba.
Al contrastar esta etapa de mi vida con la cultura que he abrazado recientemente, específicamente la fascinante práctica del Bullerengue, me encuentro transportado de nuevo al territorio que ahora llamo hogar. Esta reflexión me lleva a valorar profundamente la lucha sostenida por los esclavos, quienes, tras alcanzar la libertad, revitalizaron la práctica del Bullerengue, transformándola a lo largo del tiempo, permitiendo visibilizar que de un baile marcado por el pie descalzo que arrastraba grilletes, hacia otros bailes con movimientos alegres y saltos pequeños. Estos cambios fueron incorporados por contribuciones de las culturas europeas que habían echado raíces en la región, así como influencias de los indígenas locales que deseaban ser parte de esta expresión. El resultado fue la identificación de tres ritmos distintivos en el Bullerengue que son. Fandango, chalupa y sentao.
En el presente, inmerso en un mundo donde las expresiones artísticas embellecen mi cotidianidad y las realidades económicas a menudo desafían mis aspiraciones, mi perspectiva, sustentada por la investigación que he venido llevando a cabo sobre el Bullerengue, me sitúa en una encrucijada de emociones, una dualidad intrigante que me conduce a presentarme como un mero observador. Soy un espectador que se ha enamorado del Bullerengue y que siente un ferviente respeto por la nostalgia que invoca los orígenes de esta práctica. A pesar de las posibilidades modernas y las nuevas fusiones que la tecnología contemporánea introduce, me surge cuestionarme si ¿Acaso estas transformaciones potenciarán y resaltará aún más la importancia del Bullerengue? O, por otro lado, ¿es posible que estas mismas transformaciones amenacen con desplazar la auténtica práctica ancestral hacia la periferia?
Esta reflexión me lleva a considerar las interacciones entre la tradición y la innovación, así como el papel que ahora realizo en esta encrucijada cultural. Mi investigación busca comprender cómo la evolución y la adaptación pueden enriquecer o potencialmente diluir la esencia misma de la práctica del Bullerengue. Al explorar este dilema, me sumerjo en un viaje de descubrimiento, buscando iluminar cómo las raíces históricas y la vitalidad contemporánea pueden coexistir en armonía, manteniendo viva una tradición que ha desafiado el paso del tiempo.
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