Mis raíces en la tierra
- Argiro de Jesús Quinchía
- 1 oct 2023
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Miguel Ángel Quinchía Jiménez mi padre y Berta Rosa Ortiz Quintero mi madre; tuvieron doce hijos; perdieron tres de ellos en la época en que los niños morían muy fácil, no por la violencia, sino por falta de una buena atención médica; (cosa rara en estos países latinoamericanos) ;mis tres hermanos murieron siendo muy bebés; los otros nueve sí nos criamos; unos de cabellos rubios como mi abuelo Jesús María Quinchía y otros de Cabellos oscuros como mi abuela María Josefa Quintero, una mezcla muy común en estas tierras del oriente antioqueño, donde hasta albinos hay.
Mi papá fue un campesino dedicado a la agricultura; sembró y recogió café, trabajó en fincas haciendo de todo; cargó leña y cargó basura (así le decían al abono que se hacía en las fincas para el cultivo; estaba compuesto de tierra amarilla, cagajón de caballo y un poco de cal) pero el campo le dio muy duro a mi papá, por eso salió a buscar nuevos horizontes; así; yendo y viniendo como mi abuelo se volvió andariego, surcando nuevas tierras. Fue así como pararon en Belén Altavista, arriba en una de esas laderas de Medellín, donde llegaban y siguen llegando familias de todos los pueblos de Antioquia. Allí se amontonó toda la familia Quinchía (Literal); yo estaba muy pequeño, pero recuerdo que eso parecía un Abejorral; un montón de culicagados iban y venían; unos en peloto, otros con tetero, otros con una arepa en la mano o con un chicharon; porque eso sí; mi abuelo Jesús María siempre fue muy amplio para la comida.
En marzo de 1980 mi papá se aburrió en Medellín y decidió volverse para El Santuario; a un barrio llamado La Judea, a una casa que él empezó a construir años atrás, con la ayuda de una ladrillera que le donó los ladrillos y con la colaboración de muchos vecinos que lo apoyaron cargando piedra, arena y cemento.
Lastimosamente esta casa se inundaba cada que llovía y mi papá se ponía sin saber que hacer(…) por suerte un señor del pueblo llamado Don Manuel Ramírez se enteró de la situación y le ofreció una finca para que viviera con la familia mientras tanto; ese mientras tanto duró ocho meses; por ventura para la familia llegó este espacio a nuestras vidas; allí se sembró de todo; fríjol, papa, maíz y repollo; todos en convite nos regábamos por esos arados; mientras mis hermanos mayores picaban la tierra, los menores esparcíamos la semilla; (con unos canastros (asi le dicen en las veredas de Santuario a los canastos) que mi papá compró un domingo en la plaza de mercado del pueblo) mi hermana mayor nos llevaba el bogao (así es como le dicen en las fincas de El Santuario a la aguapanela con limón, al jugo o al agua fría; otros le dicen la bogada). Esta finca tenía olores muy peculiares, raros y dañinos; olía todo el tiempo a riegos (insecticidas y fungicidas) usados para erradicar las plagas; otro de esos olores marcados era el de la hoja de repollo, que tiraban y cubrían con tierra, para deshacerse de él y que a la vez funcionaba como abono natural; por último el olor de la tapia asoleada y el olor fuerte de la gallinaza (un abono hecho a base de mierda de gallina “rila” tierra y viruta de madera) paradójicamente es el olor que recuerdo con más cariño, esto se debe a que allí; sobre los bultos calientitos de la gallinaza después de una larga jornada de trabajo a mis cinco años; me quedaba dormido plácidamente y lo mejor de todo; mi hermano mayor me recogía y me llevaba a caballito hasta el comedor a saborear unos deliciosos frijoles con coles, huevo y tajadas de maduro.
Portachuelo; según Omar Botero un historiador santuariano; significa “pequeña puerta” para mí y para mi familia fue la gran puerta de entrada a una época llena de ilusiones, de alimentos y de juegos en la tierra que en Medellín eran imposibles de realizar. Portachuelo es una tierra habitada por los Ortices; así como alta vista es una tierra habitada por los Quinchías. Muchos Ortices vivieron de la agricultura, excepto nosotros, familia de albañiles y sepultureros. Mi tío Toño vivió allí por muchos años y crió a su familia; nosotros lo visitábamos con frecuencia y siempre nos íbamos para la casa del pueblo con bultos de legumbre y huevos criollos; lástima que también le dio por venirse para el pueblo. Portachuelo fue y es la vereda de El Santuario más cercana a mi familia; los pocos Ortices que quedan por allí viven en sus casas modernas y ya casi ninguno cultiva la tierra.
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